Comencemos destacando la importancia de las rutinas y los hábitos como mecanismos que aportan constancia y regularidad y por eso son fundamentales para la vida en familia y el éxito escolar. Se trata de patrones de conducta, es decir, comportamientos repetidos que cada familia establece y realiza en su vida diaria.
Los pequeños que practican danza clásica también se sienten identificados con el trabajo riguroso y constante así como con la cultura del esfuerzo. Por supuesto, se acostumbran a la disciplina que requiere una actividad como ésta. Por otra parte, hay capacidades de vital importancia en la práctica del ballet. La capacidad auditiva es una de ellas. Se desarrolla en el marco de las clases de ballet, pues para bailar los niños tienen que hacerlo al ritmo de la música al tiempo que deben estar atentos para saber cuándo han de realizar un movimiento u otro, o cuando deben quedarse quietos. La inteligencia musical de la mano de la inteligencia corporal o cinestésica, son dos de las denominadas siete inteligencias emocionales de Gardner.
No debe sorprendernos por tanto, que el desarrollo y fortaleza emocional de los pequeños sea uno de los beneficios de la danza más extensamente reconocidos. En la clase de ballet los niños van a mejorar sus habilidades para la expresión corporal y por supuesto, sus capacidades de captación y memorización. Tener que recordar pasos y coreografías hace que estas capacidades sean más eficaces y estén más desarrolladas.
Por otra parte, el ballet les ayuda a desarrollar la sensibilidad y les permite expresar con mayor libertad sus sentimientos y emociones y contribuye a reducir niveles de ansiedad y estrés.
Les permite confiar más en sí mismos y tiene un especial impacto en los niños más tímidos porque fomenta su integración en el trabajo en equipo y la socialización con otros pequeños de la misma edad o de edades similares.
